El evento literario que se convirtió en uno de los peores días de mi vida

«El que calla, otorga».

El Premio Nacional de Literatura de Venezuela fue entregado por primera vez en 1948. 28 años y 36 hombres fue lo que tuvo que esperar el país para reconocer el trabajo de Antonia Palacios, la primera mujer en recibir dicho premio. Después de ella, sólo otras diez mujeres han sido homenajeadas con este premio, en cuyas listas a veces ni se incluye a Esdras Parra, la única mujer transgénero que lo ostenta. Esto arroja que, de todos los premios, sólo el 15% han sido entregados a mujeres. Es una imagen que contrasta con cualquier visita a las aulas de la Universidad Central de Venezuela, donde las estudiantes de Letras sobrepasan en número a sus compañeros masculinos. ¿Escriben menos o peor las mujeres? Cualquiera con dos dedos de frente sabrá que la respuesta es una rotunda negativa. La pregunta que realmente hay que hacerse entonces es ¿por qué hay espacios de la literatura venezolana donde no se reconoce a las mujeres?

A mediados del año 2017 recibí una invitación para publicar en la revista POESÍA y para participar en el XV Encuentro Internacional de Poesía organizado por la Universidad de Carabobo, invitación que me hizo sumamente feliz. Mi respeto por el departamento, sus integrantes, la revista y el evento no me dejaba creer que a mis minúsculos 22 años estaba siendo considerada para un evento y una publicación de tal magnitud. Me pidieron una muestra de mis textos para incluirme en la revista, y me aseguraron que todas mis necesidades durante el encuentro se verían atendidas. Mi publicación se hizo en septiembre, una acertada selección delicadamente diagramada que me llenó de alegría, mientras contaba ansiosa los días que me separaban del evento.

El transporte de la universidad vino hasta Caracas a buscarme el 31 de octubre en la mañana, el día de mi recital. El encuentro se hizo en el marco de la FILUC, una de las ferias literarias más importantes del país. Absolutamente todo (movilización, alimento, estadía) estaba cubierto por el evento. Compartía habitación con una poeta que adoro, la comida era deliciosa, había reuniones casuales de poetas en el lobby del hotel y estábamos felices. El encuentro estaba diseñado para eso: disfrutar, encontrarse, leerse y escucharse.

Desde el instante que pisé el conjunto ferial empecé a recibir comentarios que me hicieron sentir incómoda e intimidada. Habituada como estoy a que me hagan observaciones por la forma en la que visto, o simplemente por ser identificada como un ser con vagina, hice caso omiso de la mayoría. Comentarios como “qué bella estás” o “eres un ángel” pueden llegar a ser bastante violentos según el tono y la intención con la que se digan, pero sólo las víctimas de acoso entienden por qué la primera opción (la peor de todas) siempre es callar. Mi cabeza estaba enfocada en el recital más importante de mi corta carrera, en el que compartía mesa con gente que admiro a profundidad. Cuando por fin nos tocó leer, fue simplemente mágico. El entretejido energético que manejamos es imposible de describir y de sólo recordarlo vuelvo a temblar. Nunca me había sentido tan apreciada y valorada literariamente como en ese momento, y por primera vez en toda mi vida pensé que era así como quería sentirme siempre, que era ese el camino para mi felicidad.

Mi recital era la última actividad del encuentro, así que decidieron festejar el cierre con una fiesta. Como tenía mucha hambre, pedí que me llevaran al hotel primero para poder comer, por lo que cuando terminé y me trasladaron a la reunión, ya todos habían empezado a tomar alcohol y conversar. Lo primero que vi fue que entramos al porche sin luces de una especie de casa que obviamente no fungía las funciones para la que fue construida. Ya me habían comentado que nos dirigíamos a la imprenta de la universidad donde se editaba la revista POESÍA, un lugar que luego descubrí que se escapaba de todo tipo de convencionalismo. Cuartos repletos de libros, una cocina al fondo, un jardín central, una sala con archiveros y una colchoneta en una esquina resumían el lugar. Me ofrecieron licor, que negué porque no tomo, y sólo pedí que pusieran música. Rápidamente noté, sin embargo, que la dinámica era otra. Vi a grupitos de gente que no conocía bebiendo y fumando escondidos entre las sombras de una fiesta en la que el número de hombres doblaba al número de mujeres. Desorientada como me encontraba, y cansada a pesar de la euforia, sentí de repente una mano que tomaba la mía y una voz que me pedía que la acompañase. Me di cuenta que era uno de los participantes y organizadores del encuentro, miembro editorial de la revista, y accedo. Junto a otros dos organizadores y dos muchachas que no conozco me invitaron a sentarme en la acera frente a la casa, en medio de la completa oscuridad.

Inmediatamente todos, menos una de las muchachas, empezaron a hacer preguntas o a llamar mi atención a la vez. Me sentía muy aturdida con tantas voces entre la oscurana y les pedía que se tomaran tiempos para hablar o que hicieran una pausa mientras respondía. Junto a mí se encontraba sentado uno de los organizadores, con quien había intercambiado sólo un “mucho gusto” algunas horas antes. En avanzado estado de ebriedad y con su esposa a escasos metros de distancia, empezó a hablarme al oído. Entre su balbuceo y mi confusión, trataba de responder todas las preguntas a la vez. Me tomaba de las manos, del cuello y de la cintura para que me acercara a él mientras interrumpía violentamente las conversaciones que mantenía con las otras personas sentadas con nosotros. Empezó a preguntarme acerca de mi vida privada y de si yo sabía que “era la mujer más atractiva de toda la fiesta”. Claramente incómoda, contestaba de forma tajante e intimidada sus preguntas para que simplemente me dejara en paz, porque cuando no respondía empezaba a insistir. Dejó de interrogarme para hacer afirmaciones acerca de que yo “estaba buenísima”, “claramente sabía lo bella que era”, “ese vestido me quedaba hermoso”, “olía rico”, “mi cabello era salvaje”, y “de todas las mujeres en esa fiesta cualquiera querría quedarse conmigo”. Paralizada como estaba, de repente me preguntó si estaba incómoda. Respirando por primera vez en un buen rato, respondí que sí, mucho, que por favor dejara de abordarme de esa forma. Pensaba que se acabaría todo, pero la segunda tanda de comentarios íntimos no esperó para llegar, sólo que esta vez empezaban con un “sé que estás incómoda, pero”. Cada vez estaba más cerca de mi cara, sentía su aliento húmedo en mi oreja mientras el asco y el terror me invadían y mis negativas no lo detenían. Alguien vino a decir que era peligroso que estuviésemos sentados ahí así que me levanté para refugiarme dentro de la casa.

Volví a pedir música. Quería sacudirme el mal momento y dejarlo en esa acera, disfrutarme y celebrarme así dependiese sólo de mí. Finalmente empezó a sonar salsa y otro de los organizadores y participantes del encuentro (que estaba sentado conmigo afuera hace rato) decidió sacarme a bailar. No tardó absolutamente nada para empezar a recorrerme con sus apremiantes manos mientras me apretaba para estar más cerca de él. Yo trataba de mantener un espacio prudencial entre nosotros para poder bailar cómodamente y respetar el espacio personal de ambos, pero seguía manoseándome la cintura y la espalda mientras me obligaba a acercarme a su torso. “Me dijeron que te gustan las mujeres” fue la primera frase que le escuché decir mientras me hacía girar a mitad de la sala. Era una persona cuya cara no conocía hasta ese día, por lo que la afirmación (nunca pregunta) me agarró fuera de base. Decidí guardar silencio porque no estaba interesada en mantener esa inquisitoria conversación, sólo quería hacer el intento de bailar. Otras personas también querían bailar conmigo, pero de alguna forma él se las arreglaba para que volviera a sus manos. “Estás demasiado buena”, “te estoy mirando desde que llegamos”, “entonces, ¿no te gustan los tipos?”, “¿no estarías conmigo’”, “me dijeron que eres feminista”, “estás demasiado hermosa”, “eres una negrota preciosa”, iba afirmando mientras sus manos se deslizaban por mi vestido y yo nuevamente me paralizaba. No entendía cuántas conversaciones había mantenido esta persona acerca de mi vida privada ni por qué, sólo sabía que no quería responder ninguna de sus preguntas. Me hablaba muy cerca del rostro mientras seguía tocándome y yo nuevamente sólo me paralizaba. Ante el temor de arruinar la fiesta, sólo callaba o reía de los nervios. Le dije que no me gustaban sólo las mujeres, por lo que preguntó si era bisexual. Cuando le dije que no, siguió preguntando que qué me gustaba entonces. Mi silencio se convirtió en negaciones frontales, pero eso no lo detenía. Su reiteración con respecto a mi orientación sexual me desagradaba, pero el tono soez y a la vez lleno de sorpresa con el que me decía que “estaba chévere” o que “tenía unos labios bellísimos” fue lo que finalmente logró hacerme reaccionar. Después de muchos intentos, logré zafarme de él decidiendo que no iba a bailar más, con él ni con nadie.

Aún no era medianoche cuando el grupo de gente se redujo y las puertas de la casa se cerraron. Quienes se quisieran quedar se quedaban y yo seguía esperando ingenuamente, entre licor y comentarios abusivos, la celebración que me habían prometido. Hasta este momento nunca entendí por qué veía que los hombres se reunían todos en el pasillo a cuchichear en privado como alguna fiesta liceísta con disminuidas capacidades grupales de interacción con el sexo opuesto. Las mujeres que quedamos propusimos juegos de fiesta que nunca triunfaron entre quienes llevaban el timón de la reunión, hasta que alguno de los hombres salió de la cocina con una botella de cerveza. Creo que la última vez que jugué la botellita mi edad no alcanzaba los dos dígitos, y automáticamente me pareció una mala idea. No había avanzado mucho el juego cuando me encerré en una de las habitaciones a hablar por teléfono, pero ya había presenciado gente lamiendo cuellos o haciendo preguntas absurdamente personales. Todo se tornaba cada vez más incómodo, y mis ganas de irme de la reunión iban en aumento. No podía abandonar la casa por mi cuenta a mitad de la noche en una ciudad completamente desconocida para mí, así que sólo me quedaba esperar que alguna de las personas que me llevó a la fiesta me regresara al hotel.

Me buscaron porque finalmente era hora de irnos. El carro de regreso a Caracas salía en un par de horas y debíamos ir al hotel a desayunar y recoger nuestras pertenencias. Otro de los organizadores preguntó si tenía que llegar ese mismo día a la ciudad porque querían irse a la playa y la privación de sueño sólo me llenó de silencio. Mientras esperaba a que me dijeran quién me iba a llevar al hotel, el segundo acosador volvió al ataque. Cuando siguió preguntando si sólo me gustaban las mujeres le dije que no, que tenía novio. “Qué chimbo, ¿y no te puedes ir a dar unos besos escondida conmigo en el baño?”, me susurró muy cerca del oído mientras mi cara hinchada denotaba que había pasado un par de horas llorando en una de las habitaciones, asustada, queriendo huir. Mi negativa la firmé levantándome del muro donde estábamos sentados. Quise pensar que mis ganas de llegar al hotel a bañarme eran producto del cansancio y no de lo asqueada que estaba de existir bajo mi propia piel en ese momento.

Regresé a Caracas cansada y deshecha, sin saber muy bien por qué me sentía tan mal después de una experiencia tan importante como esa. Asumía que era la carretera y el desvelo, pero el paso de los días no se llevaban esa sensación. Cuando me preguntaban cómo me había ido en Valencia, a pesar de haber ocurrido tanto, mi respuesta eran cuatro letras: “bien”. Mientras recordaba con más detalle lo que había ocurrido en la fiesta, menos hablaba. Sentía que tenía que ocultarlo todo, todo lo que me habían dicho, cómo había reaccionado, incluso qué llevaba puesto. Logré finalmente contarlo, y fue que pude exteriorizar y comprender realmente lo que había ocurrido: había sido víctima de acoso.

Dolor, vergüenza, asco, incredulidad, miedo; decenas de sensaciones cruzaban mi cuerpo a la vez, una más triste que la otra. Como feminista activa políticamente, conozco la defensa que el Estado me proporciona ante estos casos, y también sé que no es mi culpa, que no debo sentir temor o pena, que no depende de lo que vista y que no hay forma de justificarlo. En teoría es sencillo, pero en carne propia es una mierda. Empecé por conversarlo con mis allegados, asesorarme legal y psicológicamente. Quería pensar en frío y saber si había algo que podía hacer para sentirme mejor y procurar que esto no volviese a ocurrir ni conmigo ni con nadie. Decidí acudir al Departamento de Cultura de la Universidad de Carabobo, quienes me habían invitado para el evento y para quienes trabajan las personas involucradas. Mi seguridad no sólo era su responsabilidad durante toda mi permanencia en la ciudad a la que ellos mismos me habían trasladado, sino que quienes lo dirigen se encontraban en el lugar de los hechos mientras esto ocurría. Redacté una carta que explicaba lo ocurrido y, valiéndome de la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia que además anexé al documento, pedí algo tan sencillo y humano como una disculpa de parte del departamento y de los involucrados.

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Comunicado 2

Comunicado 3
Fragmentos del comunicado enviado al Departamento de Cultura de la Universidad de Carabobo

Le avisé a quien dirige el departamento que le había enviado un correo, así que el documento se leyó de inmediato. Insistentemente trataron de comunicarse conmigo de forma directa y personal a través de llamadas y mensajes de texto, a lo que me negué. No quería hablar por teléfono de lo ocurrido, pedí que la comunicación se mantuviese por los canales regulares para evitar malentendidos y así le encontráramos una solución eficaz al problema. Por mensaje de texto se me hizo saber que el documento sería consultado con los asesores jurídicos de la universidad y confié en que resolveríamos rápidamente. Al día siguiente recibí una respuesta por el correo personal del director que me hizo romper en llanto. “Era un problema personal”, así que el Departamento no se haría cargo de eso. Total, ¿qué tan grave puede ser un simple acoso?

 

 

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Respuesta del Departamento ante mi comunicado
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Mi respuesta al correo en el que solicito que mi publicación sea removida de la página de la revista

Quedé rota, llena de desesperanza. Lloré más de lo que lloré la noche de la fiesta. Había puesto toda mi confianza sobre una institución académica honorable a la que le tengo gran respeto y me habían vuelto a fallar. Me negaba a creer que a nadie le importase, pero mientras los días pasaban y lo comentaba con más personas, recibía palabras de aliento y apoyo. Un gran amigo me recomendó que hablara directamente con los organizadores de la FILUC, ante quienes deben responder los organizadores del encuentro. Era un equipo de mujeres, y supuse que el nivel de empatía aumentaría porque todas las mujeres sabemos de acoso en cualquier aspecto de nuestras vidas. Me volvió parte de la esperanza al cuerpo, pero no quise ilusionarme por si la decepción regresaba. Envié una carta a la organización explicando lo ocurrido así como mi acercamiento al Departamento y la respuesta que había recibido de su parte, pidiendo consejo y ayuda.

 

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Correo que envié a la directiva de la FILUC solicitando apoyo

La respuesta de los organizadores de la feria tardó un par de días en llegar y la espera no valió la pena. Recibí exactamente la misma respuesta dos veces. “Era un problema personal”, por lo que “no había nada que pudiesen hacer”. Mi ingenuidad había vuelto a jugar en mi contra y ahora me encontraba mucho más sola y avergonzada que una semana antes. Absolutamente todas las autoridades que debían procurar mi responsabilidad, las únicas con el poder de ayudarme y responder por mí, me dieron la espalda sin pensarlo ni un instante.

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Respuesta de la directiva de la FILUC

El que calla, otorga, en especial cuando mi resguardo durante todo el evento dependía enteramente de estas personas que decidieron argumentar que, como lo ocurrido se desarrolló “fuera del recinto ferial”, no estaba contemplado dentro de sus responsabilidades. La gravedad de esa declaración radica en que, ocurriera donde ocurriera, la facilidad con la que se deshicieron de mí indica que realmente no les importaba lo que me pasara. ¿Cuál habría sido su respuesta si me hubiese visto envuelta en un acto de violencia física, si me hubiese enfermado, si hubiese tenido un accidente? Era una invitada de otra ciudad que no conocía nada a su alrededor, que estaba en las manos de las personas que la trajeron hasta la feria desde el instante que abandoné mi casa hasta el momento en el que regresara, ¿cómo alguien querría aceptar nuevamente alguna invitación de gente a la que realmente no le importa lo que pueda ocurrirle a sus invitados?

Hay algo más allá de la simple irresponsabilidad, un problema que nos atañe a todos y que ha atascado a la literatura y sus dinámicas desde que las mismas nacieron. Este acto, o la falta de acción al respecto, es una gigantesca muestra de machismo y de nepotismo. Que mi agresión haya sido cometida y respaldada por hombres no es casual, hombres en posiciones de poder social y profesional que se cubren las espaldas entre ellos, hombres y mujeres que públicamente han demostrado años de amistad y prefieren callar que poner en riesgo sus tronos de cristal. Toda la luz que sentí sobre mi trabajo, sobre mi carrera, se disipó: ¿cuál era la verdadera intención de mi invitación a este evento? Hubo un momento justo al terminar mi recital que esclareció esa sensación que tenía y que no podía nombrar: se reunieron para una foto grupal, y en ella estaban aproximadamente 20 hombres. Las únicas cuatro escritoras invitadas no fueron llamadas para la foto, nuestra presencia era prescindible, no hacía falta recordarla. ¿Éramos barajitas intercambiables con las que los varones juegan? ¿Nos invitaron por nuestro aspecto, por nuestra edad, por lo que creían que podían hacer con nosotras? ¿Por tener algo con lo que entretenerse?

El trabajo de las escritoras no se toma en cuenta porque a las mujeres no se les toma en cuenta. Incluso trabajando como iguales, siguen siendo meramente objeto de deseo y diversión. Al escritor se le pregunta por su proceso creativo o el discurso que maneja, a la escritora se le pregunta si sabe bailar. En el mundo de la gente que se cree superior al resto de la población por leer a Dostoievski en su idioma original aún no han llegado al siglo XXI, y las dinámicas hegemónicas sólo son problematizadas a través de muros de Facebook. A puertas (ni tan) cerradas, la realidad es que el acoso, el abuso, la manipulación y la objetificación son la rutina de todas las mujeres involucradas en la literatura. Nos han invitado o dejado de invitar a eventos por nuestro aspecto, nuestro estado filial, incluso por nuestras opiniones. Nos han incluido sólo por ser parte de la “literatura femenina”, una subcategoría de La Literatura (sistema enteramente masculino mucho más válido que el resto), nos han incluido a ver si con eso logran convencernos de tener una cita con ellos, nos han reducido si les parece que somos demasiado bonitas para ser escritoras. Son muy pocos los espacios donde podemos existir como escritorxs, sin género, y generalmente son propiciados por mujeres.

Hemos sido amenazadas, disminuidas, hipersexualizadas, coaccionadas para guardar silencio, silenciadas cuando nos atrevemos a hablar. Hemos sido intimidadas, nos han dicho que no podremos continuar nuestras carreras si nos ponemos en contra de esto, pero ya no más. Pedí que mi publicación fuese retirada de la página de la revista, porque no quiero ser partícipe de una publicación que no me respete. Me niego a dejar que esto me siga ocurriendo, a mí y a mis hermanas pasadas y por venir. Mi trabajo es mi trabajo, y no voy a permitir que se asocie a mi aspecto o a mi capacidad para mantener el status quo. De ahora en adelante, me rehúso a trabajar junto a acosadores, me rehúso a seguir validando sus acciones, me rehúso a callar. Es hora de que me respeten no por ser mujer, no por ser escritora, no por ser bonita o fea. Es hora de que me respeten porque soy una persona, y valgo. Valgo mucho.

24 comentarios sobre “El evento literario que se convirtió en uno de los peores días de mi vida

  1. Lamento mucho lo que te sucedió, Andrea. Y sí, ese tipo de comportamiento es muy común en ellos, he escuchado miles de cuentos sobre las rumbas locas que se mandan y de más. Recuerdo que recientemente un personaje de ese mismo círculo me dijo: «Nunca pensé que podías escribir tan bien. Uno tiende a subestimar a las muchachas bonitas y jovencitas como tú».

    Realmente espero que no vuelvas a pasar por una experiencia así. Aplaudo tu valentía y te respaldo en esto.

    Un abrazo.

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    1. Hola Mary, muchísimas gracias por tomarte el tiempo de leerlo. Esos comentarios son nuestro día a día, y ese abuso tiene que terminar. Somos valiosas porque somos profesionales, talentosas, trabajadoras y estudiosas, y así debemos ser reconocidas. Un abrazo gigante, y muchísimas gracias por tus cándidas palabras.

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  2. Hola Andrea, a pesar que no conozco tus textos ni te había visto por los canales habituales que interactuamos los interesados en poesía y literatura venezolana, me siento orgullosa por tu crónica.

    Primero, porque yo soy la primera que denuncia con bases lógicas, cifras, hechos y parcialidad, cualquier hecho que nos minimize y agreda como mujeres o a las denominadas minorías marginadas. Esa ocasión (además de las miles que debemos enfrentar a diario en la calle, instituciones y hasta en social media) de acoso sexual, porque eso fue y no menos como nos acostumbraron a creer en tiempos retrógradas y que aún quieren permanecer bajos esos parámetros dominantes con reiteradas burlas y señalamientos absurdos de «cuál es el verdadero feminismo» y hasta tienen un término abusivo, con el cual intentar justificar hechos aislados para «satanizar» las luchas de las feministas (que también incluyen los marginados sociales en todos los aspectos y localidades).

    Segundo, yo fui abordada de manera cruel cuando le pregunté en una conferencia a Carlos Cruz-Diez (Biblioteca de la Facultad de Arte, Mérida, 2007) acerca del escaso reconocimiento de las mujeres artistas en lo profesional, monetario, promocional y hasta devocional en Venezuela. Incluso, dí ejemplos de artistas venezolanas muy destacadas durante todas las épocas del siglo XX y XXI, de las cuales (en plena Facultad de Arte) nadie o pocos conocían.

    Cuando manifesté que no era una posición feminista (ya que no hay que entrar en terreno femenista para algo tan lógico como el reconocimiento entre seres humanos y sus desempeños, supuestamente…) en el sitio infectado de gente sin que entrará más nadie, empezaron a burlarse con un sarcastico «noooooooo, quién dijó» y a reirse. Lo peor de todo que la mayoría y las primeras en empezar fueron…mujeres, incluyendo las que «estudiaban» ahí para ser artistas. Indignada, esperé la respuesta de Carlos Cruz-Diez (ya que estaba hablando con el dueño del circo, no con las pulgas de los burros) y él no supó que responderme, solo balbuceó incoherencias que una vez conoció a una líder feminista en España y que él le estaba haciendo comentarios «jocosos» y ella se molestó mucho, lo decía con mucha gracia, por cierto… como si la burla y el acoso fuesen algo natural y obligatorio por parte del hombre contra cualquier mujer, se considere feminista o no. Cuando salí furiosa de ese sitio, alegando y todo entre la porquería de muchedumbre farandulera… mi profesora de Filosofía en ese entonces, Aixa Aejuri (que en paz descanse) fue la única en felicitarme por haber sido valiente y denunciar el hecho.

    ¿Qué hicé para contrarrestar ese ataque? durante el 2009, en la Facultad de Humanidades y Educación de la ULA, luego de cambiarme de carrera a Historia del Arte en el espacio que SI pude sentirme en un verdadero campus de aprendizaje y debate: presenté mi ponencia títulada «Mujer y Arte» en las Jornadas de Historia del Arte. En el auditorio a casa llena, con importantes fíguras del arte, destacados profesores y alumnos destacados, fue abierta una puerta a los estudios de género más adelante en la carrera, de lo cual tuve la enorme fortuna de participar y aprender en esas clases.

    Tercero, he sido invitada a muchos eventos poéticos y también he sido organizadora en varios, de los cuales tengo registros. Cuando hablabas de la escasa presencia marginada de autoras en recitales o premios, me sentí orgullosa de incentivar a las autoras en mis eventos, incluso realicé uno de autoras especificamente el cual fue un lleno total, y en cualquier recital me encanta motivar que participe nuestro género.

    He visto el acoso en los recitales o eventos culturales, no le he permitido tan facilmente al predador acercarse a su victima si la misma está en mi grupo, es conocida o muy cerca de mi. Yo pongo en su sitio a los becerros tirados a niños bonitos o que se creen «rockstars» de la poesía por ser tremendos patánes engreidos. Me considero en guerra contra las actividades de acoso, agresividad sexual o burlas contra mi género, porque un evento poético vamos a derramar poesía, no sémen.

    Si esa es la pretención de muchos: no les voy a decir que vayan a burdeles o a buscar mujeres en otro lado, sino al contrario, deben DETENER inmediatamente esas acciones reptilianas, afrontar el fin de las conductas retrógradas aprehendidas en un pasado culpable heredado de los bisabuelos, abuelos y padres que aprobaban y minimizaban la terrible gravedad de estos comportamientos y abusos que afectaría durante generaciones. Ahora, apenas estamos abriendo los ojos y reaccionando. Incluso, hasta reconozco que he cometido acoso y burlas de manera pasiva, sin darme cuenta, pero pedí disculpas sinceras a los afectados (que tampoco sabían eran víctimas) y es excelente respetar bajo las condiciones de igualdad, consentimiento previo de las partes, detectar lo equivocado que estamos también cuando cometemos esos errores desapercibidos a primera vista y de los cuales nos educaron que «no importaban» pero si, y mucho.

    No quisiera comentar algo bien crudo acerca de la Revista Poesía, porque soy demasiado ácida y ya creo que debo parar. Pero en lo que no creo: las editoriales machistas, elitistas, retrógradas y egolatras venezolanas.

    Andrea, no te sientas asustada, señalada o incluso si te critican por esta crónica, mereces aplausos por escribir la cotidianidad abusiva que soportamos las mujeres durante demasiado tiempo en los círculos literarios. No porque hayas descubierto el agua tíbia o seas la primera en denunciar el hecho, sino que consta como otro registro verídico para afrontar las terribles conductas del acoso y también, erradicarlo con re-educación, información, la lucha por igualdad, y que por supuesto le conviene a hombres y minorías menos privilegiadas para combatir las injusticias que deben quedarse en los otros siglos. Gracias. Muchos abrazos y Bendiciones.

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    1. Hola Gaby. Estoy muy feliz por tu lectura y por tu acercamiento. No te conozco pero por todo lo que cuentas me pareces una mujer maravillosa y admirable. Todo lo que cuentas da para una publicación tuya, propia, porque son cosas que tienen que llegar a ojos y oídos de todo el mundo. El momento es ahora, y el cambio lo tenemos en nuestras manos. Mi intención con este testimonio es darle voz a muchos otros testimonios que la gente no escucha, no conoce, que dan por sentado. El verdadero efecto de esto han sido todas las respuestas de gente que ha pasado por lo mismo, ver que no es un hecho aislado sino un axioma sistematizado e institucionalizado. Estamos aquí para quebrar eso, y el primer paso es nombrarlo. Voy mucho a Mérida así que si aún resides allí, por favor avísame de cualquier cosa para la que necesitas o quieras mi ayuda. Trabajar con gente como tú es lo que hace que mi mundo gire y sería un completo honor. Tienes todo mi apoyo y mi respeto. Espero que nos crucemos. Un abrazo, amén y retribuyo todas tus bendiciones y tu cariño.

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      1. Gracias, nena. Una humilde crónica y opinión personal para anexar al gran expediente de los abusos y atropellos de género y marginados. Pues simplemente debemos alzar nuestras voces y registrar testimonios, pero no dejarlo hasta ahí. Es nuestro deber no permitir que este tipo de conductas continuen en cualquier área artística, laboral o cotidiana. Claro, con mucho gusto me ubicas en mis redes o preguntas por mi en los círculos literarios merideños y así nos reunimos, charlamos y vemos que proyectos podemos “parir” y compartir al mundo. Te copio al twitter ❤ Abrazos.

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  3. hola, acabo de leer tu publicacion, inaceptable lo que te hicieron vivir aca en valencia. tienes mi apoyo… no soy mas que un simple mortal pero tratare de hacer eco de tu situacion, enviare a un periodista el enlace de lo que aqui haz plasmado… valor y fuerza, que las cosas pasan por una razon y quizas haz debido ser tu para que tomes estas acciones, quien sabra cuantas mas no han vivido esto y lo han callado? por eso te felicito por no ser participe de esa sinverguenzura que no solo se vive en este ambito sino en muchos… feliz noche..

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  4. Poeta,he leído detenidamente su artículo y sólo puedo manifestarle lo identificada que me siento con usted y decirle que en este camino hay que cuidarse mucho. Te encontrarás buitres y sinverguenzas aun siendo escritores reconocidos. Lamentablemente no es en nuestro país que somos valoradas y bien reconocidas como poetas. Ojalá y podamos conversar. En facebook estoy como Angela Desirée Palacios

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  5. Creo que es absolutamente pertinente tu posición y el contenido de tu carta. Esto es lo que ocurre a diario en el periodismo, el cine , la radio , la administración privada y publica en todos y cada uno de los ámbitos del país , este país de machos ilustrados y sin lustres que actúan con sus hormonas y sus vicios fuera de control. Bravo por ti mujer no dejes de ser y hacer
    Moisés,padre de 6 mujeres

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  6. Quedé totalmente destrozada al leerlo, voy a la FILUC desde que tengo uso de razón, si no podía ir con el colegio, obligaba a mis padres a acompañarme y al día de hoy obligo a mis amigos a hacer lo mismo. Me duele en el alma cuando las mujeres tienen la valentía de contar algo tan duro y difícil como un abuso pero no hay nada que me duela más cuando no somos escuchadas, cuando todo lo que hablamos es un drama, una exageración, una estupidez que no amerita siquiera una disculpa.
    Es increíble que ningún sitio es lugar para sentirnos seguras, ni siquiera aquellos que estimas tanto y en los que se posan tus mejores recuerdos. (y no me refiero sólo a la Feria, sino también a la literatura en general, especialmente en Venezuela)
    Yo sí te creo y no estás sola, gracias por no callar. No debemos hacerlo nunca.
    Te mando un abrazo desde aquí de Valecia, Paola.

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    1. MUCHAS MUCHAS GRACIAS. De verdad gracias por tu apoyo y tu mensaje. La FILUC es un espacio maravilloso de encuentro y difusión, y es lamentable que un hecho como este no les haya parecido prioritario, importante o preocupante. Deja mucho que decir. Un abrazo larguísimo de regreso, mucho mucho amor y mucha luz para ti.

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  7. Esto hay que difundirlo! Mucha gente no sabe cómo actuar frente a este tipo de situaciones, porque se ha normalizado, visibilizar estos hechos es la mejor purga contra ellos! Lamento mucho que hayas tenido que pasar por semejante abuso.

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  8. Muchas gracias por tu publicación, es increíble cómo el acoso es lo más normal hoy en día y cómo no se toma en serio, creo que es algo que todas hemos sufrido y no sólo las mujeres, tengo amigos que cuentan haber sido acosados también por alguna figura de poder, simplemente inaceptable.

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    1. El acoso es una realidad que nos atañe a todos, simplemente se caracteriza por situaciones desiguales de poder. Lamentablemente la historia nos ha desdeñado con mucha más saña a las mujeres, pero todo hombre que no decida ser fielmente un perpetrador se convierte en víctima. Gracias por tu apoyo y por tu lectura.

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  9. Andrea el problema con los acosadores es que ven su conducta como «normal» soy abogado y he conocido muy de cerca casos de acoso, discriminación y violación de derechos tanto en mujeres como en niños y adolescentes, en las respuesta que te dieron los organizadores del evento se denota su falta de empatía precisamente porque consideran que la conducta de esos hombres no es tan grave que «no te pasó nada» y que es TU PROBLEMA. Lamentable porque tienen entre sus filas dos acosadores que en cualquier momento pueden traspasar esa línea de lo que ellos consideran «normal» y cuando eso ocurra las consecuencias legales serán para todos, no para ellos nada más.
    Te recomiendo hacer la denuncia, en Fiscalía posiblemente te digan que eso no es acoso porque no es una situación sostenida en el tiempo que haya causado un daño irreparable en tu psiquis, te lo digo porque ya me ha pasado con otras clientes, pero debes hacerlo, por las demás mujeres que se dedican a lo que tú haces y por las mujeres en general, un abrazo afectuoso desde Barquisimeto.

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